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bell ville setenta
Relatos de entrecasa y otros menesteres...
09 de Abril, 2007 · General

EL DESAFÍO

D.R.

 

EL DESAFÍO

2006.

Fue casualidad, sucedió como al descuido durante el transcurso de alguna calurosa y eterna noche final de un Aquarama.

  Ya no estaban sobre el escenario, ni Pulguín , ni Ricardo o Piermarini; tampoco el Beto Eusebio, el gordo Adamo o Pepe Luna. 

  Ya eran mudos los ecos del clásico Oh, Bell Ville-Oh, Bell Ville, que entonara Flammini..

  Ya habían pasado las luces de bengala, ya habían desfilado las piraguas y Medina había arrojado las coronas. 

  Ya, la mitad del mundo activo, se había arremangado lo suficiente como para poder entregarse ritualmente a las amables profundidades del Tercero. (La otra mitad se había entretenido con burlas y carcajadas espasmódicas desde la húmeda orilla colindante).

  Ahora correspondía dar comienzo al esperado Baile Espacial, momento que, no pocos y no pocas, esperaban con indisimulada expectativa crecientemente alimentada durante toda una semana.

  Mientras preparaban sus equipamientos los elencos artísticos de Plataforma Z , desde Ballesteros, y los Frutilla, llegados desde Marcos Juárez; los postulantes lucían sus mejores atuendos, acordes con el elegante sport o casual veraniego que indicaba el agreste paisaje en torno a la Alfombra Mágica del Parque Tau.

  Era precisamente tal enramada la que habría de inducir, a más de alguno, fatal víctima de las oportunidades y las tinieblas, a prometer eternidades que nunca llegarían a cumplirse. Por el contrario, otros, no dudaban en efectivizar deudas pendientes en intermitentes escaramuzas o trifulcas, al amparo de las sombras vegetales.

  En tanto, el desarrollo del bailable no admitía dilaciones. Las chicas del centro, las domésticas de franco, las recién abandonadas, las escapadas y las madres de las escapadas, alternaban con lo bueno, lo malo y lo feo del exponente masculino presente en la provinciana velada estival.

  Entre tanto iracundo “Puerto Montt”, “La lluvia Terminó” o “Y te has quedado sola”, sumado a interpretaciones de Santana y Creedence;  los ánimos comenzaban a inquietarse si los objetivos no se iban cumpliendo tal como se esperaba. Entonces, los caminos invitaban a dirigir los pasos raudamente hacia un solo sitio: al esmerado servicio de buffet.

  Allí, la catarsis imponía cercanos destinatarios, dado que, de alguna manera, a esa infausta noche se le debía entablar la partida.

  -¡Los desafiamos a los del barrio de ustedes a jugar al fulbo mañana a las 4 en la canchita de la 192...! Se escuchó claramente desde uno de los tablones-mostrador que se disponían delante de los baños.

  No hacían falta repreguntas, ni dudas, ni averiguaciones; tácitamente se sabía a quienes había sido arrojado el guante (o la alpargata). Tamaña provocación pública, social y deportiva debía ser lavada en el campo del honor: el terreno de juegos que daba a los fondos de la Escuela Nacional 192, sobre el bulevar Misiones. 

  El más grave de los conflictos se presentó muy cerca de la hora del duelo futbolístico, cuando se cayó en la cuenta que, la cantidad de bajas devenidas de la agitada madrugada de Aquarama, hacían imposible presentar una escuadra, por lo menos, digna de ser goleada.

  Los escasos sobrevivientes, nobles resabios de mejores lides, no llegaban a completar siquiera los seis al centro y uno al arco que pedía el típico reglamento no escrito.

-¡Juguemos los que estamos!

-Si, pero no llegamos a siete!!

-Cruzáte a la otra esquina y andá a buscarlo a Cairito. Decile al padre que te mando yo y que me lo preste un rato...

 Dicho y hecho.

.....................................................................

 

  Los del otro equipo hasta camisetas y suplentes habían traído, y eso que eran visitantes !!

  Las acciones no permitían visualizar mayor desequilibrio entre unos y otros. Ninguno ejercía notoria supremacía. -Al decir de Nemiña –“Partido parejo, hasta donde yo ví”.

  El balón, inflado bien palo, surcaba el aire veraniego trazando saetas con su agudo gemido número cinco.

  Algún changuito, por curioso, se encontró repentinamente a cargo de acarrear botellas de agua desde los picos vecinos. El calor agobiaba y las piernas acusaban el exceso de “baile espacial”.

  A todo esto, Cairito, improvisado arquero en la emergencia, no había soportado mayores sobresaltos. De vez en cuando, algún tiro rasante producto de la volea de un nueve chuequito que jugaba descalzo; nada más. La confianza, lentamente, comenzaba a templar su joven espíritu.

  Pasada la hora y media del encuentro, se convino un paréntesis de algunos pocos minutos, como para –según términos de un exaltado- “tomar un medio con soda y hielo”.

  Desde la Jujuy llegó el refresco tan ansiado: jarras de Pritty con vino blanco helado, contenido que fue incorporado de inmediato a la resaca festivalera.

  Y otra vez al césped (mejor dicho al guadal que ya presentaba el predio). Aunque, ahora, con presencia de ánimo diferenciada en virtud de la paridad de fuerzas demostrada en el transcurso de la primera etapa. Además, la solidez y templanza del arquerito-sorpresa, otorgaba aplomo a la última saga.

  Encima, de movida, surgió un aparatoso rebote ayudado por unas matitas de paja brava, lo que provocó que la pelota viajara cansinamente, a duras penas, hacia el fondo del arco contrario; el de los otrora poderosos, quienes infundieran tanto miedo escénico hasta no hacía muchos minutos antes.

  Esa algarabía, la que traía consigo un condimento vital extra para las vapuleadas piernas, se vio trágica y repentinamente tronchada cuando, los siete pares de ojos sudorosos, asistieron, con desazón, a una escena jamás deseada por rival alguno...ingresaba, para ellos, fresco como una uvita del campo, Marito Kempes !

  Pero...¿Quien dijo miedo?...¡Hay que aguantar el partido, si todavía vamos ganando!! Se lanzó como agónica consigna  -en la que nadie, en verdad, creía firmemente-.

  Y en realidad, así sucedió. La canchita de la 192 comenzó a aparentar pronunciados declives geográficos, todos hacia un mismo destino: el arco de Cairito.

  Palo y afuera; corner pasado; travesaño; cabezazo alto y desviado; montonera y nube de tierra; pelota a un sito vecino, etc, etc. La valla continuaba estoicamente invicta.

  Mientras, la tardecita iniciaba su traspaso de mando a menores luminarias, por lo que el final del match se avizoraba. Nada hacía presagiar modificación alguna en el tanteador.

  De pronto...¡¡Penal !!... ¿Penal? Si, y para los otros.

  -¡Que lo patee el Mario! Y, claro, ¿quién otro querés que lo patee, si ya termina el partido?

  El instante, de repente, fingió querer perdurar en el tiempo y el espacio, lo suficiente como para que las generaciones futuras también lo compartieran vívidamente. Todo pareció envuelto en la más lenta de las filmaciones testimoniales; la enorme distancia tomada por el shoteador, el inicio de su imperturbable carrera hacia el esférico; cada paso simétrico al siguiente, cada músculo en su lugar inconmovible y, en su oposición, la pétrea expresión de pavor del novel golero, con sus trémulas manos cubriéndose la cara.

  De pronto, la nada... Olores profundos a tierra y sudores, sensaciones de abrazos y gritos lejanos, sueño y dolor...

-¡Cairito le atajó el fulbazo al Mario Kempes con la cabeza! ¡Qué fenómeno!

En realidad, el irracional instinto de supervivencia del guardavallas lo indujo a arrojarse lejos del impacto, sin suponer que el terrible envío, al acudir en su misma dirección, habría de dejarlo largos minutos sin la debida conciencia como para festejar su involuntario logro.

..............................................................................................

PD: no he sabido más del Marito Kempes, en cambio, si sé que Cairito no atajó más y se hizo cantor.-

FIN

 

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publicado por davidpico07 a las 18:51 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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Los textos que se publican a continuación son parte de una serie de relatos editados en el semanario Tribuna de la ciudad de Bell Ville (Cba. Arg.)bajo el título de "Del interior del Interior", durante los años 2006/2007.
Todos los títulos son de propiedad del autor David Picolomini.
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