D.R.
ACTORES SECUNDARIOS
-¡Sotatere, sotatere, que viene Quisto...!
-¡Uh, gracias por avisarme...! ¿me habrá visto que estaba fumando?
-No, pero rajemos del baño...
-¡Acuca! No me di cuenta que me metí el sarche prendido en el bolsillo del guardapolvo y se me hizo un agujero!!!
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La escena , por repetida, no deja de ser dramática; un guardapolvos blanco recorre vertiginosamente los pasillos del establecimiento exhalando el fétido olor de los materiales sintéticos en llamas, hasta llegar a su aula de destino, donde es aparatosamente resuelto el siniestro.
Allí, las circunstancias no pueden ser peores, pasado el julepe del pucho; los anoticiados de siempre, anuncian con su último hilo de voz que ...hay prueba sorpresa!!!
-Un agujero peor que el del delantal, me va a dejar en la hoja del cero que me va a poner la sargentona esta, si me descubre copiando...¡Para colmo no agarro una...! ¡Eh, Mago...! corré el brazo, dejáme copiar, no seas bostero!
-¡No, que si me engancha me descuenta puntos...!!!
-¡Dejá de hablar macanas y mostrame la hoja!
-¡Shhh, cállense que la tía viene para este lado y me va a calar que tengo el libro abierto abajo del pupitre!!
-¡No, loco, córtenla que a mi me va a pescar que tengo los machetes escritos en la pierna!!
Los niveles de adrenalina surcan el escaso aire del ambiente áulico, cargado de las tensiones propias de una evaluación sin aviso. Nadie osa erguir la cabeza, nadie mira a nadie; la proximidad de la profesora se presiente, se huele, se intuye; cualquiera puede ser fatal víctima de un retiro de hoja, todos están expuestos al aplazo repentino. No obstante, la apuesta es válida, el extremo riesgo merece la pena, todo sea por evitar la sentencia ante los lapidarios tribunales de marzo.
-...marzo, usted se sacó un tres, que quiere, encima, ir a diciembre...? No señor, va a marzo, ¡con lo que molesta todo el año!!
Las cartas están, entonces, definitivamente echadas. El educando deberá pertrecharse -luego de unas bien gozadas y merecidas vacaciones veraniegas- de todo tipo de artilugios, mañas, amuletos, exorcismos, vanas promesas, tráfico de influencias, extorsiones, amenazas y todo lo que es de rigor ante tales eventualidades. Por cierto, evitando la sola mención cabalística de la expresión: estudiar (Uy, perdón).
-Pero, ¡quedate tranquilo m’hijo, que yo le recontra conozco a tu profesora!!! Fuimos juntas al Huerto, éramos reamigas! Con decirte que, creo que hasta nos casamos el mismo día!!! Vos no te preocupes, que yo la charlo...
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El examen presenta todas las características reglamentarias de las aciagas jornadas en las que Nicolás Copérnico y el mismísimo Galileo, fueran sancionados por las jerarquías eclesiales, pese a la ilustrada demostración de sus adelantadas teorías. El tribunal, inmutable en lo gestual, inconmovible en su sensibilidad, imperturbable ante la guitarreada más lograda, infranqueable, en definitiva; se regodea cómplice rebuscando la pregunta que haga estragos a la defensa más experta en similares lides pedagógicas:
¿Obtención de un aldehído? ¿Capital de Sumatra? ¿Fecha del casamiento del general Manuel Belgrano? ¿Sacerdote? Y así por el estilo.
-¡Eh, pero déjeme pensar! (¿qué cuernos era Colón...?¿pintor, bulevar, santafesino?)
-Váyase...tiene un dos...¡El que sigue, que no tenemos todo el díaaa!
-¡Qué injusticia! (menos mal que estas estaban charladas que si no me mandan preso...)
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Y de esa manera, las mentes brillantes arribaban a duras penas a los cursos finales. La mayoría con la mochila plena de materias previas y el mismo guardapolvo del ciclo lectivo anterior. Con el mismo agujero delator, con (casi) todos los compañeros entrañables que se supo conseguir durante la travesía y absolutamente convencidos de un colectivo y simultáneo amor definitivo hacia esas aulas que vieron pasar lo mejor de sus propias vidas. Su adolescencia.
